Desde un principio, los griegos dieron gran importancia a su gastronomía, al punto que los jóvenes de la antigüedad, que se dedicaban a la filosofía o la astrología, geometría, medicina, etcétera, junto con otras ciencias y artes, recibían de sus maestros enseñanzas de cocina que ubicaban en el mismo nivel que el de la poesía.
Así el cocinar griego aportó a la civilización una manera de preparar diferentes ingredientes, creando nuevas fórmulas y hasta las básicas, como la de panes especiales sobre la base de trigo, destacables vinos previo la atención esmerada de las viñas que los producían.
No eran entonces los vinos que ahora conocemos; si bien se preparaban sobre la base del jugo de uvas, ellos lo mezclaban con agua, aveces de mar, en distintos grados y, además, le incorporaban ingredientes tales como miel, mirra, piñones, bayas de mirto, tomillo y otras hierbas aromáticas a las que eran muy aficionados.
De todo esto se tiene conocimiento por el contenido de botellas y ánforas muy bien cerradas y selladas que arqueólogos hallaron en tumbas y en el fondo del mar, "en muy buen estado" —afirmaron—, a pesar del largo tiempo transcurrido e, inclusive, pudieron gustarlos y analizarlos.
La introducción de la carne de cerdo en su cocina, masivamente, los llevó a la preparación muy especial de embutidos, hoy internacionales y de los que se dice serían sus creadores.
El aceite de oliva era y es un ingrediente vegetal básico en la preparación de innumerables alimentos marinos, junto con el limón, al igual que en los guisados de carnes y de hortalizas, especialmente las infaltables berenjenas. Aficionados a las especias, el azafrán aromatizó hasta sus sopas, sobre todo las de pescados.